Ideología
política de César y
aplicación
Para poder comprender mejor la noción de
cesarismo político, se expondrá la actuación
del propio Julio César tras la Guerra Civil, donde empieza
a aplicar sus principios políticos.
Pasada la Guerra Civil César retorna a Roma como
líder indiscutido y poderoso. Su liderazgo se vería
pronto a prueba, al enfrentar los problemas que la urbe
sufría tras la guerra. Entre los más graves se
encontraba la economía, que estaba desplomada, y la mitad
de la población había perecido en los cuatro
años que duró el enfrentamiento bélico.
Sumado a los problemas económicos y sociales, los pocos
soldados que disponía comenzaron a rebelarse, lo que
llegaría a ser el problema más acuciante de
César.
Roma era una dictadura en transición a un nuevo
sistema de gobierno, el cual todavía no estaba definido
del todo. Los soldados eran una pieza clave en la cohesión
social y un amotinamiento sería
catastrófico. César debió mantener
contentas a sus tropas y cumplir con sus promesas, entre ellas
las reparticiones de tierras a los veteranos y las fuertes sumas
de dinero que había prometido, que eran una pieza
fundamental.
Pero no sólo se tendría que preocupar por
el ánimo de las tropas, también debería
mantener calma a la población. Para esta aplicó una
serie de políticas demagógicas, entregando juegos y
espectáculos junto con comida e incluso fiestas, que
resultaban en imponentes banquetes para miles de ciudadanos.
Estas festividades, juegos y comida gratis no sacarían a
la población de sus problemas, pero la harían
olvidarse de ellos por un tiempo, lo necesario hasta que
César pudiera poner la situación en orden. Suetonio
escibió al respecto:
"Además de los dos sestercios dobles que, al
comienzo de la guerra civil, había otorgado a cada infante
de las legiones de veteranos a título de botín,
dióles veinte mil ordinarios, asignándoles
también terrenos, aunque no inmediatos para no despojar a
los propietarios. Repartió al pueblo diez modios de trigo
por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos
sestercios que había ofrecido antes, añadiendo
otros cien en compensación de la tardanza. Perdonó
los alquileres de un año en Roma hasta la cantidad de dos
mil sestercios, y hasta la de quinientos en el resto de Italia.
Agregó a todo esto distribución de carnes, y
después del triunfo sobre España, dos festines
públicos, y no considerando el primero bastante digno de
su magnificencia, ofreció cinco días después
otro más abundante"[4].
Se puede observar como César tomó medidas
muy claras para desarticular el antiguo sistema estatal de
gobierno Romano. Una de las principales fue la de aumentar el
número de senadores de 600 a 900, así estos
pasarían más tiempo discutiendo en la burocracia de
los debates y las votaciones y no tanto decidiendo en concreto.
Transformó al Senado de un órgano legislativo a uno
administrativo, lo que concretó Augusto definitivamente en
el Principado. Suetonio nos comenta, que era el propio
César quien remarcaba que la República era
simplemente "una máscara, sin realidad
alguna".
Sus disposiciones, no obstante, no serían
sólo de interés político. Varias de las
medidas tomadas por César harían un hincapié
muy fuerte en cuestiones sociales, económicas y
administrativas. Ejemplos importantes fueron la
redistribución de tierras, junto con la condonación
de deudas, que planteaban la lucha contra la pobreza y la
desocupación. Esto lo combinaría con programas de
construcción en diferentes partes como Grecia,
España y Roma.
El alivio a la densa población lo intentó
lograr enviando ciudadanos a colonizar Cartago y Corinto.
Económicamente una de las medidas más importantes
fue el promulgar la Ley de banca rota y varias leyes que se
mantuvieron durante todo el Imperio.
La distribución de tierras a militares, formando
colonias enteras de ex-legionarios tenía un doble
objetivo. Por un lado aliviaba la población y contentaba
al ejército, y por otro estas tierras eran emplazadas
cerca de las fronteras, lo que generaba un caudal de hombres por
si surgía algún problema fronterizo.
Sin duda alguna el poder de César era enorme, lo
que se refleja en sus cargos políticos, que no eran
más que argumentos para justificar ese poder. Al momento
de su muerte César era calificado con la
denominación de dictador perpetuo. Era censor, lo que le
daba cierta inmunidad frente a los tribunos del pueblo, y
pater patriae o padre de la patria, denominación
con atribuciones civiles que implicaban un sentimiento de
protección filial hacia Roma y sus ciudadanos. A nivel
religioso se había hecho declarar pontifex
maximus de por vida, teniendo así un fuerte control
como máxima autoridad religiosa.
Es probable que su modo de reinado se hubiera inspirado
en las monarquías helenísticas, que manifiestamente
le impresionaban. Podemos ver un indicio al tener en cuenta que
comenzó a divinizarse, vinculando su imagen con la de la
diosa Venus, lo que sería una constante a partir de su
sucesor, Octavio Augusto, que instauró el culto al
emperador.
Historiografía sobre el
cesarismo
La historiografía respecto al concepto y
aplicación del sistema político del cesarismo ha
ido variando con el desarrollo histórico. Por ello se ha
realizado aquí una descripción de los principales
estudios sobre el tema, reflejados según el
correspondiente orden cronológico.
El concepto de cesarismo emergió por primera vez en
1853 cuando Pierre Joseph Proudhon, teórico
político francés, acuñó el
término en "Le manuel du spéculateur à la
bourse" para describir la última fase de la
evolución del capitalismo, el "cesarismo
económico".
A raíz de la ascensión de Napoleón III en
1852 al poder de Francia, la palabra cesarismo se utilizó
en diversos escritos de análisis político.
Karl Marx entendía el cesarismo como una forma
política surgida en la Antigua Roma, por lo que
consideraba que el concepto no se ajustaba a la nueva realidad de
las relaciones sociales, constituyéndose en una
comparación histórica forzada. Marx opinaba
que:
"…confío en que mi obra contribuirá
a eliminar ese tópico del llamado cesarismo, tan
corriente, sobre todo actualmente, en Alemania. En esta
superficial analogía histórica se olvida lo
principal: en la antigua Roma, la lucha de clases sólo se
ventilaba entre una minoría privilegiada, entre los libres
ricos y los libres pobres, mientras la gran masa productiva de la
población, los esclavos, formaban un pedestal puramente
pasivo para aquellos luchadores. Se olvida la importante
sentencia de Sismondi: el proletariado romano vivía a
costa de la sociedad, mientras que la moderna sociedad vive a
costa del proletariado"[5].
Por otra parte el filósofo y matemático
alemán Oswald Spengler opinaba en su ensayo "La
decadencia de Occidente", que la aparición del
cesarismo en la historia representaba la muerte de los
espíritus dinámicos de una nación y sus
instituciones. Se trataría entonces de un gobierno
caracterizado por ser amorfo más allá de la
existencia de un estado de derecho formal. Las instituciones
tradicionales, pese a su mantención, no tienen peso.
Spengler opinaba que:
"En el cesarismo lo único que significa algo
es el poder personal que ejercen por sus capacidades el
César o, en su lugar, un hombre apto. El mundo, colmado de
forman perfectas, reingresa en lo primitivo, en lo cósmico
histórico. Los periodos biológicos substituyen a
las épocas
históricas"[6].
El modelo político cesarista sería
entonces el preámbulo de lo que llama la Edad Imperial.
Spengler escribió sobre el tema tras la Primera Guerra
Mundial, publicando los dos volúmenes de su obra entre
1918 y 1923. Entonces afirmó que el mundo se aprontaba a
entrar en una época de cesarismo, motivada por la muerte
de su alma.
"Mientras tanto los partidos se convierten en
obedientes séquitos de unos pocos, sobre los cuales el
cesarismo ya empieza alanzar sus sombras. Así como la
monarquía inglesa en el siglo XIX o los Parlamentos en el
XX serán poco a poco un espectáculo solemne y vano.
Como allí el cetro y la corona, así aquí los
derechos populares serán expuestos a la masa con gran
ceremonia y reverenciados con tanto más cuidado cuanto
menos signifiquen. Esta es la razón de por qué el
prudente Augusto no desperdició ocasión de acentuar
los usos sagrados de la libertad romana".
Por otra parte León Trotsky rescata una idea de
Marx sobre los sucesos que llevaron al poder a Napoleón
III, pese a que este no era partidario de universalizar el
término cesarismo. En 1936 escribió:
"El cesarismo o su forma burguesa, el bonapartismo,
entra en escena en la historia cuando la áspera lucha de
dos adversarios parece elevar el poder sobre la nación, y
asegura a los gobernantes una independencia aparente con
relación a las clases; cuando en realidad no les deja
más que la libertad que necesitan para defender a los
privilegiados (…)[7].
Trotsky también consideraba el estalinismo como
una forma emparentada con el cesarismo y su derivado
burgués, el bonapartismo.
"El cesarismo nació en una sociedad fundada
sobre la esclavitud y trastornada por las luchas intestinas. El
bonapartismo fue uno de los instrumentos del régimen
capitalista en sus periodos críticos. El estalinismo es
una de sus variedades, pero sobre las bases del Estado obrero,
desgarrado por el antagonismo entre la burocracia
soviética organizada y armada y las masas trabajadoras
desarmadas.
Los estudios de Antonio Gramsci entre 1932 y 1934
definieron nuevas vías para el concepto de cesarismo,
argumentando la existencia de un cesarismo progresista y otro
regresivo.
"(…) el cesarismo expresa siempre la
solución "arbitraria", confiada a una gran personalidad,
de una situación histórico-política
caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectiva
catastrófica, no siempre tiene el mismo significado
histórico. Puede existir un cesarismo progresista y uno
regresivo; y el significado exacto de cada forma de cesarismo
puede ser reconstruido en última instancia por medio de la
historia concreta y no a través de un esquema
sociológico.
Su teoría entorno al cesarismo se explica en
relación a la lucha de fuerzas. Cuando la fuerza
progresiva A lucha con la fuerza regresiva B, no sólo
puede ocurrir que A venza a B o viceversa, puede ocurrir
también que no venzan ninguna de las dos, que se debiliten
recíprocamente y que una tercera fuerza C intervenga desde
el exterior dominando a lo que resta de A y de B.
El cesarismo es progresista cuando su
intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar, y
es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar a las
fuerzas regresivas, también en este caso con ciertos
compromisos y limitaciones, los cuales, sin embargo, tienen un
valor, una importancia y un significado diferente que en el caso
anterior. César y Napoleón I son ejemplos de
cesarismo progresivo, Napoleón III y Bismark de cesarismo
regresivo.
Sin embargo en el mundo moderno las grandes coaliciones
de carácter económico-sindical y político de
partido complican las relaciones del mecanismo cesarista, muy
diferente del que existió en la época de
Napoleón III. Hasta mediados del sigo XIX las fuerzas
militares regulares o de línea constituirían un
elemento decisivo para el advenimiento del cesarismo, que se
verificaba a través de golpes de Estado bien precisos, con
acciones militares, etc.
Las fuerzas sindicales y políticas
contemporáneas, con medios financieros incalculables
puestos a disposición de pequeños grupos de
ciudadanos, complican el problema. Los funcionarios de los
partidos y de los sindicatos económicos pueden ser
corrompidos o aterrorizados, sin necesidad de acciones militares
en vasta escala, como las que realizaba César o el 18
Brumario de Napoleón.
Agregaba que el cesarismo escondía soluciones de
compromiso. Si se unía la existencia de esos compromisos
"limitativos de la victoria" y un discurso regenerador, ya fuera
de revolución o restauración, se estaba en
presencia del cesarismo.
El componente fuertemente autoritario que se
introducía a partir del cesarismo fue resaltado en la
historiografía, y así señalaba Gramsci en
los Cuadernos de la Prisión[8]"el
régimen se basaba en realidad en una 'gran personalidad',
razón por la cual esa forma de dominación
tenía una impronta de arbitrariedad muy
fuerte".
Dado el tipo de relación que se entabla en el
mecanismo de legitimación, el líder bonapartista
termina convirtiéndose en la nación encarnada en el
César. Pero esa democracia plebiscitaria no hace otra cosa
que absolutizar una forma particular de ordenamiento
político que adquiere a veces la democracia moderna, forma
que responde a una concepción verticalista del
poder.
Por otra parte si bien el cesarismo se basa por su
origen en el principio democrático, en realidad desarrolla
una relación fuertemente jerárquica que establece
una subordinación, tanto de la burocracia como de los
seguidores a la figura del líder cesarista.
Pero esta subordinación tiene una contrapartida
cuyo resultado no es la autonomización del líder
frente a las masas. Al convertirse su voz en la
encarnación de la 'voz del pueblo', las decisiones del
líder no pueden ser rebatidas.
Pero una vez instaurado el líder
legítimamente, se impone la estructura jerárquica
del poder, marginando a las masas de toda posible
participación en la decisión.
Trayectoria
histórica
Para el filósofo alemán Max Weber "la
democracia de masas contiene en sí misma una fuerte
tendencia a la conformación de liderazgos
carismáticos"[9]. Es por ello que el
cesarismo se presenta a partir del siglo XIX como una forma
funcional al estadio de organización, ya era de necesidad
tener que convocar a un gran número de personas, para lo
que era necesario además la organización del
partido, lo que llevó a producir esta forma de
dominación con el objeto de asegurarse el poder dentro del
estado.
En su manifestación más pura el
bonapartismo se asienta sobre el poder convocante del
líder, caracterizado por tener una legitimidad de origen
fundada en la voluntad del pueblo.
5.1 El cesarismo en el siglo XX
Los teóricos de finales del siglo XIX y
principios del XX recogieron en sus estudios que en el nuevo
fenómeno de la sociedad de masas, la política
había cambiado tanto en su forma como en la manera de
implementación práctica. La movilización de
un gran número de individuos llevó necesariamente a
que la argumentación racional entorno a la propuesta
concreta se dejara de lado, privilegiando aquél tipo de
discurso más efectista que tendía a movilizar las
creencias y sentimientos de las masas. Las concepciones
políticas se hacían así efectivas en la
medida en que se convirtieran en nuevas religiones, si bien
laicas, en las cuales se reconocieran pasionalmente este nuevo
tipo de ciudadano.
La nueva democracia que emergía ahora modificaba
el sentido con el cual hasta entonces se habían
implementado las elecciones en el sistema representativo, para
asumir, como señaló
Mommsen[10]"un carácter manifiestamente
personal-plebiscitario", entablando así con el
líder convalidado en ellas un tipo de relación
personal basada en los sentimientos entre él y las masas.
Este es el tipo de articulación que se consigue con el
cesarismo.
Weber por su parte argumentó que al centrar el
criterio de legitimidad en el carisma, el reconocimiento del
líder se funda básicamente en elementos
irracionales que pueden llegar incluso, como señalaba
Michels, a promover el culto al héroe. Y a ello contribuye
a la labor de la prensa ya que es ella puede influir la
opinión pública "mediante el culto de una
sensación"[11].
El componente fuertemente autoritario que se
introducía a partir del cesarismo fue resaltado en la
historiografía, y así señalaba Gramsci en
los Cuadernos de la Prisión[12]"el
régimen se basaba en realidad en una 'gran personalidad',
razón por la cual esa forma de dominación
tenía una impronta de arbitrariedad muy
fuerte".
Dado el tipo de relación que se entabla en el
mecanismo de legitimación, el líder bonapartista
termina convirtiéndose en la nación encarnada en el
César. Pero como señalaba Michels, esa democracia
plebiscitaria no hace otra cosa que absolutizar una forma
particular de ordenamiento político que adquiere a veces
la democracia moderna, forma que responde a una concepción
verticalista del poder.
Por otra parte si bien el cesarismo se basa por su
origen en el principio democrático, en realidad desarrolla
una relación fuertemente jerárquica que establece
una subordinación tanto de la burocracia como de los
seguidores a la figura del líder cesarista.
Pero esta subordinación tiene una contrapartida
cuyo resultado no es la autonomización del líder
frente a las masas. Al convertirse su voz en la
encarnación de la 'voz del pueblo', las decisiones del
líder no pueden ser rebatidas.
Pero una vez instaurado legítimamente, se impone
la estructura jerárquica del poder, marginando a las masas
de toda posible participación en la
decisión.
Es pertinente entonces matizar el componente
democrático que adquiere el cesarismo durante el siglo XX.
Dado que democracia significa la posibilidad de extender el
principio igualitario en toda su potencialidad, el bonapartismo
aseguraría un máximo de igualdad posible dentro de
las sociedades de masas. Michels sostiene que el cesarismo
"sigue siendo democracia, o podría al menos reclamar
este nombre, cuando se funda sobre la voluntad popular". Se
trata, en ese sentido, de una forma que produce una fuerte
homogeneización de la sociedad, pero que por ello mismo
lleva a anular consecuentemente toda posible diferencia y, por
tanto, destruir a todo tipo de oposición
política.
Esa noción de igualación en base a la
masificación, conduce a que la voluntad general se
presente como la máxima que permita mantener en los
resultados, la noción misma de igualdad que se ha
implementado en esa sociedad.
Sin embargo esta forma política no es
necesariamente contradictoria con el concepto de democracia. Se
trata de un tipo de democracia en la que si bien no desaparece la
interacción del líder y las masas, se desdibujan
las relaciones entre estado y sociedad, al concebirse al
líder sólo como amplificador de la voz de las masas
y se utiliza la elección como forma de plebiscitarlo, por
lo que la decisión se supone que radica en el
pueblo.
Sin embargo en la base real del poder se esconde un tipo
de jerarquía que domina a la gran mayoría y
sostiene al líder. Weber, por su parte, sostiene
que:
"La 'democracia plebiscitaria' – el tipo más
importante de la democracia de jefes -, es, según su
sentido genuino, una especie de dominación
carismática oculta bajo la forma de una legitimidad
derivada de la voluntad de los dominados y sólo por ella
perdurable."[13]
Se introduce entonces una contradicción entre
mantener la legitimidad del líder, de la que depende la
estabilidad del liderazgo y la necesidad de satisfacer en
algún plano las demandas que se produzcan desde los
dominados. Aparece así un dualismo en el concepto, dando
origen a los llamados populismos, que se asientan sobre una
noción de pueblo que ya no abarca a la gran
mayoría. Por tanto podemos calificar al cesarismo como una
democracia elitista
Se encuentran numerosos ejemplos de Estados donde se
aplicaron políticas cesaristas durante el siglo XX. Se
observan rasgos de cesarismo en el fascismo italiano y
alemán, el partido blochevique y el regimen stalinista,
así como el gaullismo en Francia. En Oriente Medio podemos
mencionar el nasserismo egipcio, al que se agregan en
América Latina los gobiernos de Getulio Vargas en Brasil y
de Juan Perón en Argentina, el régimen
militar-nacional-populista surgido del golpe de 1968 presidido
por el general Velasco Alvarado y, recientemente el fujimorismo,
en el Perú, y Hugo Chávez, en Venezuela.
Cesarismo y
fascismo
Al realizar el estudio detallado de la relación
entre el bonapartismo y otras formas de gobierno autoritarias, se
observan caracteres comunes que es preciso
reseñar.
En primer lugar se evidencia por el modelo de los
gobiernos de Bruening, Papen y Schleicher en la Alemania de la
década de 1930, así como en Austria, que todos
estos gobiernos de democracia plesbicitaria calificados de
cesaristas o bonapartistas, representan un paso previo para el
auge de los fascismos de la década posterior.
Ambas formas se asientan en un eje del gobierno que pasa
por la policía, la burocracia y la camarilla
militar.
El régimen fascista al igual que uno cesarista,
llega al poder apoyándose en un movimiento de masas
compuesto por la reacción de la pequeña
burguesía y el proletariado. Sin embargo al mismo tiempo
en cuanto llega al poder, tiende a perder su base de masas y se
convierte en un régimen bonapartista, apoyándose en
el ejército y la policía.
Trotsky explicaba en su obra "En defensa del
marxismo"[14] las diferencias entre ambos
sistemas:
"El elemento que el fascismo tiene en común
con el viejo bonapartismo es que utilizaba los antagonismos de
clases para dar al poder del Estado la mayor independencia. Pero
nosotros siempre hemos subrayado que el viejo bonapartismo
existió en la época de ascenso de la sociedad
burguesa, mientras que el fascismo es un poder estatal de la
sociedad burguesa en declive".
Por tanto la diferencia más importante es el
distinto tratamiento que hacen ambos sistemas respecto a la
burguesía. No hay duda de que el carácter de clase
del Estado nazi era burgués, pero el tratamiento de Hitler
a sus oponentes capitalistas fue terrorífico, entregando
las redes económicas a otros beneficiarios. La
relación que se establece entre el fascismo y la
burguesía es contradictoria, algo que no ocurre en la
política cesarista.
El cesarismo en
los países socialistas
Así como se han analizado similitudes entre la
extrema derecha y el sistema cesarista, hallamos datos
coincidentes con la doctrina de los países comunistas,
principalmente la esfera de la ex Unión
Soviética.
La revolución Rusa originó la
ocupación del poder de Estado en nombre del proletariado,
lo que sacralizó el aparato del partido dirigente y
produjo su propio culto a la personalidad. El Partido-Estado
ocupó un puesto de autolegitimación absoluta por el
apoyo que le confería la gran mayoría, de la misma
manera que el cesarismo. Al mismo tiempo se impuso una
sacralización total del partido, que prohibía todo
tipo de oposición basado en un poder pontifical que le
otorgaba el derecho de vida o muerte como total
soberano.
El totalitarismo de Stalin emergió como una
síntesis entre un nuevo teocratismo de carácter
marxista con componentes cristianos, y un cesarismo en base a los
precedentes poderes del zar.
Trotsky fue uno de los principales críticos al
sistema stalinista,. En su obra "La revolución
traicionada"[15] comparó el sistema
cesarista y el régimen soviético:
"El cesarismo nació en una sociedad fundada
sobre la esclavitud y transtornada por las luchas intestinas. El
bonapartismo fue uno de los instrumentos del régimen
capitalista en sus periodos críticos. El estalinismo es
una de sus variedades, pero sobre las bases del Estado obrero,
desgarrado por el antagonismo entre la burocracia
soviética organizada y armada y las masas trabajadoras
desarmadas."
Por tanto explica la base productiva del Estado sobre la
carga del pueblo, que es explotado por la jerarquía de la
que forma parte el líder político. En este caso
existe una oligarquía de partido y un líder
autoritario que le pertenece, Stalin.
Además argumenta esa legitimación en base
a la democracia plesbicitaria, al modo cesarista. En este caso la
crítica se refiere a la nueva constitución
soviética:
"Como la historia atestigua, el bonapartismo se
acomoda muy bien con el sufragio universal y aun con el voto
secreto. El plebiscito es uno de sus atributos
democráticos. Los ciudadanos son invitados de vez en
cuando a pronunciarse por o contra el jefe; y los votantes
sienten en las sienes el ligero frío de un
cañón de revólver. Desde Napoleón
III, que hoy parece un dilentante provinciano, la técnica
plebiscitaria ha alcanzado un desarrollo extraordinario. La nueva
Constitución soviética, al instituir un
bonapartismo plebiscitario, es la coronación del
sistema."
Por último cabe mencionar la comparación
que realizó Trotsky en cuanto al fascismo y el comunismo
soviético, en base a parámetros que se contienen en
el cesarismo:
"El bonapartismo soviético se debe, en
última instancia, al retraso de la revolución
mundial. La misma causa ha engendrado el fascismo en los
países capitalistas. Llegamos a una conclusión a
primera vista inesperada, pero en realidad irreprochable; que el
estrangulamiento de la democracia soviética por la
burocracia todopoderosa y las derrotas infligidas a la democracia
en otros países, se deben a la lentitud con que el
proletariado mundial cumple la misión que le ha asignado
la historia. A pesar de la profunda diferencia de sus bases
sociales, el estalinismo y el fascismo son fenómenos
simétricos; en muchos de sus rasgos tienen una semejanza
asombrosa."
El cesarismo en
la Europa democrática
El caso más significativo en cuanto a la
aplicación de esta teoría política en Europa
es el de Francia. En este país el cesarismo se denomina
bonapartismo político en referencia a la doctrina de los
gobiernos de los Bonaparte, existiendo desde hace más de
dos siglos.
Este sistema experimentó evoluciones naturales,
con una primera fase caracterizada por un apego a la Familia
Imperial así como al sistema político e
institucional napoleónico, seguido de una versión
más reciente que se despega de toda aspiración
dinástica, no reteniendo del bonapartismo más que
sus principales nociones de autoridad, pueblo o reformas
sociales, sin hacer referencia a las fuentes históricas
que son las experiencias de los Primero y Segundo Imperios o a
los escritos de los Napoleón.
El bonapartismo francés se nutre de las nociones
de orden y de la democracia, la gloria nacional, la estabilidad,
la autoridad y los principios revolucionarios.
Con una existencia casi bicentenaria, aplicado desde
1796 en las campañas de Italia, no comparte las nociones
fijas del tradicionalismo, como la voluntad de regresar a una
edad de oro del Antiguo Régimen, voluntad de muchos
realistas.
Así debe perpetuar sus principales puntos
ideológicos, centrado en los principios de autoridad,
democracia o progreso social, adaptándose a la vez a las
circunstancias.
El bonapartismo de los años 1930, por ejemplo,
centraba esencialmente su programa en la fiscalidad, en el
antiparlamentarismo.
Esta teoría no tiene doctrina fija ni un sistema
ideológico concreto que explique su evolución.
Consiste entonces en nociones generales de una cierta
filosofía política mezclado con un pragmatismo
derivado de las circunstancias del momento, esgrimiendo siempre
conceptos como el pueblo, la autoridad, el orden, reformas
sociales justas, la estabilidad gubernamental, la gloria de
Francia, un ejecutivo fuerte, etc.
El declive del cesarismo en Francia se explica por
múltiples razones, en las que destaca la pérdida de
originalidad ideológica y electoral con la alianza de los
conservadores y los realistas a partir de 1876, la ausencia de un
jefe que cubra la noción cesarista de liderazgo,
así como la carencia de un pretendiente desde 1940, o la
ausencia de formación claramente bonapartista desde la
disolución del Partido del Llamado al Pueblo en mayo de
1940. Además la instalación definitiva de la
república, su solidez y popularidad tras 1918, hizo que
todo ataque político institucional no podía
más que fracasar.
En 1945 el bonapartismo desapareció de la esfera
política, remplazado muy pronto por Paul Reynaud. Los
bonapartistas aclamarían luego en masa al general de
Gaulle configurando desde 1947 a 1969 el nuevo bonapartismo,
encarnado en el gaullismo.
En los años de 1970 el gaullismo ortodoxo
desapareció definitivamente, y los partidarios y herederos
del general, como los de los emperadores, se encontraron
solos.
En la actualidad el bonapartismo moderno ha conocido una
doble evolución. Por lado experimentó un reflujo de
sus posiciones dinásticas, debido a la ausencia de los
pretendientes, y al mismo tiempo, incidiendo en sus reflexiones
doctrinales insiste en la defensa de la soberanía o
soberanías nacionales y populares, argumentando la
construcción tecnocrática de Europa y el
alejamiento de los ciudadanos con sus élites
políticas.
Movimientos contemporáneos como France
Bonapartiste pretenden restaurar esos valores desde
ópticas cesaristas. Se basan en la petición de un
líder fuerte que sea "un soldado
mariscal"[16], y restaure los valores del
Imperio que la democracia ha corrompido. Estos son
básicamente la ausencia de referencias históricas,
culturales o morales, la pérdida de identidad y la
desconfianza en los gobernantes, en el porvenir personal y de la
sociedad, el atasco del ascenso social, con la crisis de la
educación, que para estos grupos aseguraba la
promoción de los mejores, así como el
ejército donde otros talentos podían evolucionar,
durante la revolución y el Imperio.
El cesarismo en
el siglo XXI
El análisis del panorama político mundial
en la actualidad ofrece ejemplos de figuras políticas de
primer orden que gobiernan bajo ciertas pautas cesaristas. Se
puede destacar la figura de Hugo Chávez en el gobierno de
Venezuela como el líder que comparte más
vinculaciones con el cesarismo político que se ha
analizado.
El movimiento del Nuevo Socialismo Bolivariano que
representa Chávez se basa en el renacimiento de la
dimensión crítico-utópica de las luchas
anticapitalistas, que al mismo tiempo genera los inconvenientes
típicos del socialismo, como el despotismo del
colectivismo burocrático del siglo XX.
En este caso se repite el esquema del origen de un
liderazgo bajo formas cesaristas en sistema hegemónico y
de dominación, al aparecer el agotamiento del modelo
capitalista de acumulación, crecimiento y
distribución, así como el planteamiento de un nuevo
modelo económico-social.
El nuevo socialismo implica la superación
crítica de las prácticas teóricas,
políticas, económicas, jurídicas,
ideológicas, estéticas, éticas y culturales,
del Socialismo burocrático del siglo XX. Además
interpela frente al personalismo estalinista, maoísta o el
propio castrismo, que deben ser debatidos críticamente en
sus relaciones con el horizonte socialista. Este sistema nace de
un ocaso, a diferencia del socialismo utópico del siglo
XIX, del socialismo burocrático. De este modo el
mito-cesarista es parte de la falsificación
histórica del Nuevo Socialismo.
El Nuevo Socialismo exige una nueva praxis
revolucionaria, sustentada en concepciones pluralistas-radicales,
contra-hegemónicas y nacional-populares del bien
común, la justicia, la igualdad, la libertad y la
liberación social. La práctica real consiste en una
homogeneidad ideológica y un hegemonismo y culto al mando
concentrado y centralizado.
Los movimientos de liberación nacional en la
periferia capitalista, han dado paso a diferentes expresiones de
bonapartismo progresivo, en los cuales, las luchas por el
socialismo han degradado los principios elementales de la
democracia radical y del autogobierno popular. La realidad actual
de Venezuela es un esquema de gestión del poder de
decisión que reproduce la forma y estado del capital. Su
verticalismo, jerarquía, el culto a la eficiencia y el
productivismo, así como el despojo del saber-conocimiento
de la inteligencia colectiva, está implicando la
sustitución de la utopía concreta de la actividad
de los trabajadores libremente asociados por una sociedad
administrada y tutelada despóticamente por la gran
personalidad heroica, por su burocracia estatal y la nomenclatura
público-privada, en forma de prebendas, privilegios y
clientelas.
Conclusiones
El análisis realizado referente a la forma
política del cesarismo, permite afirmar una evidente
manifestación del mundo antiguo y romano en la historia
más reciente. El ejemplo político de Julio
César como imitación por los líderes
contemporáneos, se debe a la necesidad de reproducir un
modelo autoritario que permita asimismo una validación
democrática del poder.
En ese sentido la forma cesarista contribuía a
solucionar el problema de la legitimidad, particularmente por la
forma en que tendía a conformar la relación entre
los ciudadanos y el líder, a partir del hecho que estas
sociedades debían consolidar formas de organización
que les permitiera mediar entre el hombre común y el
estado.
La evolución del cesarismo hasta la actualidad no
reviste cambios significativos, si bien es cierto que la
absolutización del poder en la cabeza del sistema, parece
al menos contenido por la recuperación de espacios locales
de participación en los cuales es posible construir una
percepción más inmediata de lo político para
el individuo.
A partir del análisis realizado podemos
apreciar que estas formas cesaristas no solamente se refieren a
esos grandes liderazgos del siglo XIX. El sistema cesarista es el
origen tanto de estas formas autoritarias, conservadoras o
reaccionarias y de la evolución del capitalismo mundial
occidental, y por tanto, de las democracias parlamentarias
actuales.
Si bien es cierto que las formas de participación
política han cambiado sustancialmente, vivimos en
sociedades masificadas que más que nunca requieren de la
eficiencia para poder sobrevivir. La historia de Roma es el
ejemplo más cercano de una civilización urbana,
prospera y política, con amplias características
respecto a nuestra sociedad actual. Es por ello que los modelos a
imitar son tantos y pertenecen a tan variados
aspectos.
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[15] TROSTKY L. Op. Cit. 5.
[16] Página virtual de France
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Autor:
Martín Han Stutz Lucca
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